EL AMOR DE UN ESCLAVO


Eugenio y Juana eran la pareja más longevo de esclavos que trabajaban incansablemente para no morir de hambre en las tierras agrícolas de una de las antiguas haciendas del valle, llamado Shaños. Ellos no sabían leer ni escribir y la situación de su pobreza, hacían que vivieran atados a la chacra y a la servidumbre, siempre al acecho de sus patrones, del cual se sentían muy despechados. Cada atardecer en algún pórtico de la hacienda, Eugenio junto a su anciana mujer, “chacchando” la coquita verde se lamentaba de su mísera suerte, y encendían esperanzas de que algún día pudieran cambiar su destino.

Esta pareja tenía un primogénito, a quien lo enviaban a instruirse en el colegio más famoso de toda la comarca, sin que supieran sus amos. Estos diestros ancianos, preocupados por el futuro de su único hijo, con el deseo de que ya no tenga la misma suerte de seguir siendo esclavo como ellos, optaron enviarlos a estudiar, aún en contra la voluntad de sus patrones. Sin embargo, éste, en vez de cumplir los sabios consejos de sus sufridos padres, dejó de lado sus propósitos y se enamoró de Julia, la doncella más agraciada del suburbio, hija de una familia muy distinguida del lugar, Don Jacinto y Doña Catalina

Cirilo y Julia se prometieron mucho amor y juraron no separarse nunca más aunque sus padres no lo admitieran. Sobre todo, el padre de Julia, los despreciaba a la familia de Cirilo, porque eran esclavos de una hacienda y menos podían aceptar un yerno esclavo y analfabeto. Enterado del romance de la muchacha, Don Jacinto, prohibió ver al joven de por vida y en castigo la encerró en una de sus mansiones ubicada en la Hondonada. Pero, los jóvenes enamorados en vez de aceptar el castigo y dejar que el amor se sucumba, no hicieron caso y prefirieron erigir sus encuentros de amor por las madrugadas al primer canto del gallo. La hermosa Julia, estuvo perdidamente enamorada. En ella no existía diferencia ni en el color ni en la condición social de su amado Cirilo; pues, en cada noche de regocijo ella, se escapaba al encuentro de su amado que le esperaba entre los matorrales cerca al cementerio de Saños, trepando por el techo del portón principal de la mansión. Una de esas escapadas fue descubierta por Don Jacinto, el padre de la doncella, quien hecho una fiera lo castigó a su hija hasta dejarlo mal herida y tomó prisionero al pretendiente. A éste los ató de manos y pies con una tralla de cabuya, luego amarró a la cincha de su mula y arrastró por el camino abrupto hasta dejarlo agonizante en las orillas del Río Mantaro.

Al conocerse de la ausencia del mozuelo, sus afligidos padres anduvieron buscando por todos los lugares. Muy acongojado y con las lágrimas en los ojos Don Eugenio preguntaba a cuanta gente veía y clamaba su desconsuelo hasta a las piedras del camino por su único hijo varón. - ¡Ay, Cirilo, dónde te fuiste, qué te sucedido, piedrecita santa, dime por favor, donde puedo encontrar a mi muchachito! -. Nadie les daba alguna razón a los angustiados ancianos que aún no asimilaban la desaparición repentina de su hijo.

Mientras tanto, la doncella enamorada, pudo escaparse de los acechos de sus padres y fue en busca de su adorado Cirilo. Después de muchas horas de travesía le encontró malherido y agonizante en las orillas de aquel río caudaloso; - ¡Amor mío, que te hicieron; maldito quien te hirió!, ¡Maldito!-. La tomó en su regazo prometiéndole que la cuidaría hasta la muerte. Lograron marcharse muy lejos para vivir su inmenso amor y le curó sus heridas.
Al enterarse de este hecho, el viejo Jacinto, lleno de sed de venganza, contrariado de las desobediencias de su hija y creyendo que de esta forma podría rescatarla, mandó a matar a los humildes padres de joven Cirilo. Los pobres ancianos fueron cruelmente torturados por los caporales del patrón y quemados de poco a poco; pero, no logró ningún resultado.
El amor lo pudo más que el poder. El joven enamorado y la hija del ricacho, tiempos después se casaron a escondidas en la capilla de Ocopa, sin testigos ni invitados, inspirados por el amor férreo que se profesaban, unieron sus vidas para siempre; construyeron su hogar con mucha abnegación y dedicación, tuvieron hijos y así vivieron muy felices.

AUTOR: Prof. Ireneo Casavilca De La Cruz


No hay comentarios:

Publicar un comentario